El océano que nos rodea

-“Usted perdone”, le dijo un pez a otro, «es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme.
Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado.»
-«El océano», respondió el viejo pez, «es donde estás ahora mismo.»
«¿Esto? Pero si esto no es más que agua… lo que yo busco es el océano», replicó el joven pez, totalmente decepcionado , mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.

¿Cuántas veces nos encontramos en la misma situación? Buscando respuestas, felicidad, amor, plenitud, sin darnos cuenta de que estamos ya sumergidos en ello. La mente nos convence de que la verdadera paz o la realización están en otro lugar, en otro momento, en una meta lejana que debemos alcanzar. Nos hace creer que cuando logremos tal o cual cosa, cuando consigamos la validación externa o alcancemos ciertos estándares, entonces seremos
completos. Y en esa búsqueda incansable, nos perdemos lo que ya es, lo que siempre ha estado aquí.
Las expectativas del ego nos ciegan. Nos aferramos a una idea fija de cómo deben ser las cosas, y al no cumplir con esa imagen mental, nos frustramos, sentimos vacío, nos convencemos de que algo falta.

Nos olvidamos de abrir los ojos y ver la grandeza de lo que nos rodea en este mismo instante. Creemos que la vida está en el destino, cuando en realidad, la vida es el camino mismo. Lo obvio es lo primero que dejamos de ver porque es lo que siempre ha estado ahí. Como el aire que respiramos, el latido del corazón, el sol que nace cada día. Lo damos por sentado y, en esa familiaridad, dejamos de percibirlo. Pero si nos detenemos a observar, si prestamos atención, descubrimos que en lo más simple y cotidiano se esconde la verdadera maravilla. La vida nos sostiene con su silencio amoroso, esperando pacientemente a que despertemos a su presencia.

La clave no está en buscar más, sino en aprender a ver. En rendirse al fluir de la existencia, confiando en que todo lo que necesitamos ya está disponible para nosotros, aunque quizás no en la forma en que lo imaginamos. Aceptar la aventura de la vida significa dejar de luchar contra la corriente y darnos cuenta de que, como el joven pez, ya estamos en el océano. Basta con detenerse, abrir los ojos y el corazón y sentirlo.

La felicidad no es una meta distante, sino el océano mismo en el que nos movemos. No hay nada que alcanzar, solo despertar a lo que ya es. Cuando soltamos la búsqueda obsesiva y nos permitimos simplemente estar, descubrimos que la plenitud y la felicidad no eran un destino, sino una manera de mirar.

Deja de buscar y empieza a ver. Lo que anhelas ya te habita.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Abrir chat
Hola 👋
¿En qué podemos ayudarte?