Las tres heridas: vivir, amar, morir.

«Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida. 

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor».

Miguel Hernández

Hay versos que son llaves. Abren puertas oxidadas dentro nuestro, nos miran a los ojos desde lo esencial y nos susurran verdades que no necesitan ser explicadas para ser comprendidas. Este poema breve y fulminante de Miguel Hernández es uno de ellos.

Las tres heridas con las que todos llegamos —vida, amor, muerte— no son castigos, sino misterios. Son parte del equipaje con el que el alma encarna y elige transitar la experiencia terrenal, los tres grandes ejes que atraviesan nuestra existencia humana. Sin embargo, muchas veces las vivimos desde la desconexión, el miedo y el sufrimiento.

Hoy, desde una mirada que integra la espiritualidad y la ciencia, te invito a contemplarlas, no como tragedias inevitables, sino como senderos a la sanación, la expansión y la plenitud.

La herida de la vida: el nacimiento como huella

Nacer no es solo un evento físico. Al atravesar el canal de parto nos encontramos con el dolor de la separación: el primer llanto expresa el salto de la seguridad y el cobijo del cálido abrazo del útero materno al abismo del mundo exterior. Esta llaga es fundacional de cada experiencia humana y si no la traemos a la consciencia puede condicionarnos a un modo de vida automatizado en la supervivencia.

Por otro lado, la herida de la vida se reabre cada vez que iniciamos algo nuevo: un proyecto, una relación, una etapa vital. Empezar algo implica soltar lo anterior, exponernos a lo desconocido, renacer con todo lo que eso conlleva. A menudo sentimos miedo, inseguridad o resistencia… y es natural, porque nacer —en cualquiera de sus formas— siempre es un acto de valentía.

Aceptar esta primera herida nos otorga un cambio de perspectiva frente a las situaciones que se nos presentan, entendiendo que la experiencia de ser humanos va mucho más allá del puro instinto de supervivencia. La vida es oportunidad. Es impulso creativo. La energía vital que nos anima tiene una inteligencia propia, y cuando aprendemos a escucharla descubrimos que vivir no es una condena, sino una invitación constante a Ser.

La herida del amor: el apego y la ilusión de posesión

¿Amar es exponerse a perder? Esta creencia alimenta el temor, muchas veces inconsciente, que nos lleva a aferrarnos a relaciones, situaciones o personas que ya no están alineadas con nuestra evolución. Creemos que duele más lo que se va que lo que se queda sin vida.

Sin embargo, desde la naturaleza hasta la física cuántica, todo nos recuerda que nada es estático. Todo cambia. Todo fluye. Lo que sufrimos no es el amor en sí, sino el apego al amor como lo imaginábamos, como lo queríamos sostener eternamente. Pero el amor verdadero —el que nace desde la consciencia— no posee, no exige, no retiene. Fluye, nutre, enseña y libera.

Cuando soltamos la idea de que algo nos pertenece, y en especial la idea de que el dolor por la pérdida será eterno, abrimos el espacio para que el amor real entre: ese que primero nace dentro, en conexión con nuestra esencia, desde nosotros y hacia nosotros, y luego se expresa hacia el otro sin miedo a perder.

La herida de la muerte: el miedo que paraliza

Nada nos confronta tanto como la idea de nuestra finitud. El cuerpo físico muere, y lo sabemos. Y a pesar de que la muerte es la única certeza de nuestra vida, muchas veces nos produce horror y espanto. A veces es tan intensa la resistencia que mientras tanto, evitamos vivir por miedo a morir. Nos refugiamos en la rutina, en la zona de confort, en decisiones seguras pero vacías, mientras el alma clama por la aventura, el riesgo y la autenticidad. Recordar que la vida no es para siempre nos permite apreciar cada simple momento de nuestro día a día.

Desde la perspectiva espiritual, la muerte no es el final, sino una transformación. La física lo confirma: la energía no se destruye, se transforma. Entonces, ¿por qué temer tanto a lo inevitable? ¿Por qué no usar ese límite para vivir con más presencia, más amor, más entrega?

Cada vez que te atreves a ser tú mismo, a decir una verdad incómoda, a dejar un trabajo que ya no vibra con tu propósito, estás dejando morir esa parte de ti que ya no vibra a tu ritmo. Y también estás naciendo. La pequeña muerte es parte de la gran vida.

Vivir, amar y morir.

Tres heridas que laten al compás de la vida, que marcan nuestro paso por esta existencia. Heridas que duelen, pero que también quiebran y desafían. Que nos hacen humanos.  Cada evento que te sacude—una pérdida, una enfermedad, una ruptura— es una oportunidad de mirar hacia dentro. De escuchar lo que tu cuerpo grita, lo que tus emociones te susurran, lo que tu alma necesita.

La ciencia nos muestra cómo el cuerpo responde al trauma, cómo guarda memorias celulares, cómo el cerebro puede reprogramarse. La espiritualidad nos ofrece el atlas simbólico para navegar esos paisajes internos invitándote a crear tu propio mapa desde la escucha interior.

Integrar ambas miradas es reconocer que no hay separación. Que el cuerpo es el templo del alma. Que la mente puede ser aliada de la intuición. Que sanar no es volver a ser como antes, sino renacer a una versión más auténtica de ti mismo.

Las heridas no son debilidades. Son pórticos. Y al atravesarlas, con consciencia y amor, descubrimos que detrás del dolor habita el poder.

Estamos hechos de vida, amor y muerte… y reconocerlo nos abre la puerta de la transformación. Cuando elegimos mirar nuestras heridas con luz, comienza la verdadera alquimia.

Si sientes que alguna herida te acompaña desde hace tiempo, si hay un dolor físico, emocional o existencial que aún no encuentra alivio, quiero que sepas que no estás solo en este camino.

La activación de la energía vital es una herramienta profunda y amorosa que puede ayudarte a sanar desde dentro. No se trata solamente de “curar” desde fuera, sino de despertar el potencial de sanación que ya vive en ti. Es una invitación a reconectar con tu cuerpo, tu alma y tu propósito, restaurando el flujo natural de tu energía para vivir con más presencia, ligereza y autenticidad.

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